Venezuela fue el séptimo país en confirmar oficialmente su presencia en la Exposición Universal de Sevilla en marzo de 1987, el 29 de Noviembre de 1990 ya tenía perfilado su modelo de participación en el recinto de la Cartuja, lo hizo con un pabellón individual que levantaría en una parcela de 2000 metros cuadrados situada en el extremo sur del paseo oeste llamado Camino de las Acacias, junto a edificios tan emblemáticos como el de Canadá, Rusia o la Once.
La toma de esta decisión no fue sencilla. Después de un largo periodo de reflexión, las autoridades venezolanas decidieron no participar en la Plaza de América, donde se congregaron la gran mayoría de países iberoamericanos y decidieron hacerlo en solitario con el proyecto de pabellón propio. De esta manera se sumaron a la lista de los pocos países del subcontinente que fijaron su presencia en la Expo’92 en forma individual como México, Chile, Puerto Rico y Cuba.
Para llevar adelante su presencia en las conmemoraciones del 92, el Gobierno Venezolano designó al ministro de Educación, Gustavo Rosén, coordinador de las mismas, y creó, a su vez, una comisión nacional V Centenario.
Una de las primeras acciones emprendidas por los gestores de la comisión fue convocar un concurso de arquitectura para el diseño del pabellón. Entre ocho concursantes, fue el proyecto de Enrique Hernández el seleccionado finalmente para representar a Venezuela en el recinto de la Isla de la Cartuja.
El edificio de Venezuela fue una estructura metálica transformable a la que se le incorporó un sistema de paneles que, además de resolver el aislamiento y acondicionamiento del interior, compuso una estructura que simbolizaría la industria venezolana del aluminio.
En el proyecto del arquitecto Hernández se distinguía dos zonas independientes, una plaza formada por 48 mástiles de aluminio que componían un espectáculo cromático mediante el despliegue de banderolas y velas que invitaban a acceder a la segunda zona, integrada por un teatro-sala de proyección y el centro de información y exposición.
El proyecto de los mástiles con los velámenes de colores, de 16 metros de altura cada uno, tenía como objetivo producir sombra sobre la plaza y llamar la atención a los visitantes. La idea fue realizada por un importante creador venezolano, Carlos Cruz Díez, representante de la escuela cinética en arte.
Para las autoridades venezolanas, la propia construcción del pabellón supuso un reto y una oportunidad a su industria e ingeniería de mostrarse al resto del mundo en la Isla de la Cartuja. El edificio acogió en su sala de proyección en gran formato una película con imágenes del patrimonio cultural y paisajístico del país. El guión se basó en un texto de Arturo Uslar Pietri.