¿Qué fue Expo’92?

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Expo’92 surge en los primeros años de una joven democracia, deseosa de romper con el pasado y mostrar al mundo una imagen de un país renovado, moderno y que mira sin miedo al futuro. Sin lugar a dudas, albergar una Exposición Universal es un gran reto, y las condiciones en las que lo hizo España, más, pues se decide albergar dicha Exposición en una de las ciudades más retrasadas del país en infraestructuras, con una caótica estructura urbana y con un tejido industrial bastante pobre. De esta manera, el desafío no fue simplemente celebrar «la Era de los Descubrimientos», sino poner a Sevilla en el lugar que se merecía y, por ende, al resto de Andalucía.

Todo empieza cuando el Rey Juan Carlos I anuncia en 1976 durante una visita oficial a la República Dominicana la intención española de organizar y celebrar una Exposición Universal con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América. Sevilla se torna como la ciudad idónea para albergar el acontecimiento, pero en 1981 ya había lanzado Chicago su solicitud ante el BIE (Bureau International des Expositions) para albergar una Exposición Universal con el mismo fin. Aun así, en 1982 Sevilla y Chicago alcanzan un acuerdo para llevar a cabo una exposición universal con dos sedes simultáneas, lo cual es aprobado a finales de 1982. Sin embargo, en 1985 Chicago comunica ante el BIE graves problemas organizativos respecto a su sede, decidiéndose en 1987 que Sevilla fuera sede única de la Exposición Universal de 1992.

El lugar escogido para la exposición fue la Isla de la Cartuja por ser un lugar idóneo por su cercanía al centro de la ciudad, por su situación a orillas del Guadalquivir y por la libertad que daba un terreno libre de tal extensión, simplemente ocupado por un monasterio en ruinas, que, para redondear el círculo, era donde presumiblemente Cristóbal Colón preparó su primer viaje hacia América. En 1986 se produjo el fallo del concurso de ideas para la ordenación del terreno de la Exposición Universal en dos propuestas opuestas, que tuvieron que ser aunadas en una, que dieron lugar al Plan Director de Expo’92, terminado en julio de 1987. A partir de ese momento, empiezan las obras de infraestructuras, las obras de edificios y pabellones así como las trabajos en los espacios públicos del recinto.

Dicho plan configuró, entre los dos brazos del Guadalquivir (la dársena y la Corta de la Cartuja) un recinto de 215 hectáreas, dentro del cual se diferenciarían cinco zonas:
Puerto, que permitía el acceso al espacio Expo por el río, teniendo como atractivo el Pabellón de la Navegación
Monasterio, compuesto por el antiguo conjunto religioso sin olvidar su pasado fabril y sus huertas, que albergó el Pabellón Real y diversas muestras de arte;
Jardines, el gran oasis de un recinto ya de por sí verde, donde destacaban las especies del Jardin Americano y la ambientación de los Jardines del Guadalquivir;
Lago de España, alrededor del cual se encontraban los pabellones autonómicos y el pabellón español;
Zona Internacional, donde estaban el grueso de pabellones, sobre todo representaciones de paises.

En total, aunque las previsiones fueron desbordándose con el paso de los meses, se congregaron en la Cartuja alrededor de cien pabellones y más de ciento cuarenta participantes, entre naciones, comunidades autónomas, empresas y organismos internacionales. Destacaban en el recinto los pabellones temáticos, promovidos por la organizadora, como eran la Plaza del Futuro (compuesta por los pabellones del Medio Ambiente, Energía, Telecomunicaciones y Universo), el Pabellón de la Naturaleza, el Pabellón del Siglo XV, el (por desgracia, malogrado) Pabellón de los Descubrimientos y Pabellón de la Navegación. Poco a poco, y sobre todo a partir de 1989 y 1990, fueron sumándose países y empresas, que fueron presentando sus propuestas de edificios. Expo’92 fue la primera exposición que planteó la posibilidad de crear pabellones que acabaran permaneciendo, es decir, cuya vocación no fuese efímera.

No obstante, el recinto Expo no eran sólo pabellones, pues se organizó en torno a una gran avenida transversal (Camino de los Descubrimientos) a partir de la que surgían avenidas perpendiculares, de las que destacan las cinco avenidas de la Zona Internacional, ejemplos de arquitectura paisajística. No sólo pérgolas y microclima, podíamos encontrar en estas amplias avenidas fuentes ornamentales, escenarios para representaciones, obras de arte al aire libre y, por supuesto, uno de los símbolos de la Exposición, la Esfera Bioclimática. Por otra parte, del área de la exposición también destacan, por ejemplo, el monorrail o el telecabina, medios de transporte internos. No obstante, el recinto tendría que relacionarse con la ciudad, lo cual se solventó de manera muy satisfactoria a partir de varios puentes, a la postre iconos de la Exposición, como son los Puentes del Alamillo, Barqueta, Cachorro y la pasarela de la Cartuja. Dos de ellos (Barqueta y Pasarela) constituían puertas del recinto, que en total eran cinco (Barqueta, Cartuja, Triana, Aljarafe-Danone e Itálica).

Pero Expo’92 no sólo supuso obras y actuaciones en la Isla de la Cartuja. Para su desarrollo, era imprescindible un proceso modernizador tanto del resto de la ciudad como de Andalucía. A nivel autonómico fueron construidas nuevas infraestructuras, como carreteras, destacando la A-92 que vertebraría Andalucía en su extensión, la remodelación de varios aeropuertos o la implantación de un novedoso ferrocarril de alta velocidad, que comunicaría Córdoba y Sevilla con Madrid a 300 km/h. Sevilla logró modernizar sus infraestructuras con la consecución de nuevas rondas y avenidas, como la Ronda del Tamarguillo, el levantamiento del tapón de Chapina, la apertura al río con la caída del Muro de Torneo y la desaparición de las playas de vías por esa calle, una nueva estación de ferrocarril (Santa Justa) y una nueva terminal aeroportuaria, así como la recuperación de muchos espacios históricos y nuevas infraestructuras culturales, como el Teatro de la Maestranza.

Interior de la Estación Santa Justa en la actualidad (fotografía Felipe Rodríguez)

Con este panorama, podríamos imaginar bien el caos que fue Sevilla los años previos a la Expo: la ciudad se puso patas arriba para estas obras, que acabaron con la paciencia de algunos y dieron pie al escepticismo de otros respecto a la Expsosición. Un hecho destaca, por desgracia, por encima de los demás, y fue el devastador incendio del Pabellón de los Descubrimientos, llamado a ser joya de la corona de Expo’92, que acabó con este pabellón y con importantes piezas de su contenido a poco más de dos meses de la apertura. El ajetreo en las obras era constante, el tiempo acechaba, pero el 20 de Abril de 1992, lunes de Resurrección, tal y como estaba previsto, fue inaugurada solemnemente la Exposición Universal de Sevilla por parte del Rey Juan Carlos, dando pie a los seis meses más alucinantes que quizá esta ciudad haya vivido nunca: mezcla de culturas, música de todos los tipos, teatro, gastronomía de los cinco continentes, miradas al futuro, arte, avances tecnológicos… Todo en uno. Pabellones se convirtieron en referente: Canadá, que llegó a tener colas de siete u ocho horas, por su impresionante proyección; Fujitsu, por su cine en tres dimensiones; Marruecos por su arquitectura y sus interiores; Hungría, por la ambientación casi mágica que desprendía; España por sus impresionantes contenidos artísticos; Nueva Zelanda, por sus danzas maoríes; Japón por su majestuosidad hecha a base únicamente de madera y sin un sólo clavo… Y no sólo eso, mucho éxito tuvo también el Espectáculo del Lago, la Cabalgata o diversas muestras, como el espectáculo Azabache de copla o los conciertos de la Plaza Sony, que hicieron las delicias de los jóvenes de la época.

Proyección Laser sobre lámina de agua en el Espectaculo del Lago de España.

Los días fueron pasando, y conforme pasaban más queríamos que durase la Expo. En las semanas finales, llegaron a congregarse en el recinto tantas personas como habitantes tenía Sevilla en aquel momento, llegando a sumarse en el total de los seis meses unos 40 millones de personas. Nadie quería perderse la Fiesta Universal. Pero, como todo lo bueno, la Expo acabó un 12 de octubre de 1992. «La Expo no se alarga, ni veinte días ni veinte minutos», llegaron a responder los altos responsables de la muestra ante las peticiones populares. La Exposición Universal dejó atrás consigo a una lista interminable de trabajadores, que con su entusiasmo y forma de vivir la Expo fueron quienes tuvieron el secreto del éxito de Expo’92, así como a tantas experiencias como visitantes pasaron por la Isla de la Cartuja. Unos seis maravillosos meses que, aún, siguen muy vivos…