Aquella jornada se celebró el Día Nacional de Bolivia en el recinto de la Isla de la Cartuja. Los actos contaron con la presencia del vicepresidente de la Republica, Luis Ossio Sanjinés.
Los contenidos expositivos del pabellón de Bolivia giraron en torno al pasado milenario, la época colonial y el presente. Máscaras y trajes de los diferentes carnavales bolivianos convivieron junto a una reproducción de la Puerta del Sol, cerámica precolombina o indumentaria andina.
La época colonial se plasmó en un altar mestizo y una muestra de platería. En la segunda planta se expusieron una pequeña representación del arte más actual del país.
Para los bolivianos, la Puerta del Sol tiene un fuerte contenido simbólico. Una copia echa en el museo de historia de París se expuso en el interior. Se trató de un calendario agrícola del siglo primero de nuestra era.
En el centro, y cubriendo el portal estaba el Dios “Viracocha”. En sus manos tenía dos rayos, símbolo de su poder, y vertían lágrimas de sus ojos, lo que fue un sentimos de fertilidad para los campos.
La idea del pabellón fue mostrar Bolivia en su unidad y en su diversidad, mezclando lo sagrado con lo pagano y representando, en una escultura, el lema “unión entre dos culturas”.
Dos bloques de piedras comanches se unían con un lazo de bronce. Del pasado colonial se expuso un altar barroco mestizo del siglo XVII y dos cuadros: la “virgen de la leche” de Melchor Pérez de Holguin, de la escuela potosina y el “Arcángel Bachiel” anónimo mestizo del siglo XVII.
Las labores de orfebrería en plata contaron con varios stands. Entre ellos destacó un sombrero de Santiago, un incensario, prendedores, dos arquetas bellamente labradas y un candelabro de siete brazos del siglo XIX.
Al lado de las máscaras de Oruro había tres acuarelas que representan a la ciudad de Potosí, las misiones jesuíticas de Chiquito y la ciudad Sucre. Estos tres emplazamientos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por Unesco.
Lo más curioso, sin embargo, son los atuendos de las azafatas vestidas con trajes típicos andinos, y con disfraces de carnaval.
Los objetos que se vendían en las dos tiendas del pabellón provenían de la Federación Boliviana de la pequeña industria, organismo que agrupaba a todos los artesanos del país.
Los tejidos de Aguayo en mochilas, monederos o chalecos cortos convivían con jerséis y colchas de alpaca. También había instrumentos de música andina como la “zampoña”, la “tarka” o un “moseño”.