Bajo el lema <<Luz de inspiración>>, los suecos mostraron en la Expo’92 los grandes hallazgos de su país, como la cremallera o los rodamientos de bolas, así como las mejores ideas de Suecia de cara el Siglo XXI.
El comisario sueco en la Expo’92, Karl-Erik Norrman, que en su apretado curriculum incluso fue tenor de ópera, presentó en Sevilla aquel 26 de febrero de 1990 el proyecto del pabellón que su país empezaría a construir meses después en la Isla de la Cartuja.
Karl-Erik Norrman subrayó que el Gobierno sueco estimaba durante aquellos años que la igualdad social entre ambos sexos estaba aún lejos de conseguirse en su país, por lo que la liberación de la mujer, junto a la aportación cultural sueca, centró las conferencias y seminarios que se organizaron en el pabellón nórdico.
El pabellón que se desmontó y trasladó tras la Exposición se realizó en madera y recordaba los templos clásicos del mediterráneo, el pabellón fue situado entre los de Austria y Finlandia y constó 1.100 millones de pesetas, que fueron financiados al cincuenta por ciento entre las empresas privadas y organismos públicos.
El edificio, con 1.600 metros cuadrados de superficie tuvo 18 metros de altura y fue proyectado por un grupo de jóvenes arquitectos, que en la portada del edificio intentaron recordar los bosques de abedules mediante numerosas columnas estilizadas, el pabellón contó con una planta interior y otra exterior.
En la primera había dos estructuras circulares entre las cuales se extendió un gran habitáculo, en la segunda con un vestíbulo se transformó el espacio suficiente para la expresión de los artistas elegidos en forma de esculturas e imágenes en las que dominó el matiz luminoso de los países nórdicos.
En los rajos de la planta inferior se situó la tienda de regalos sueco, la fresquería, el centro de información, la exposición general de Suecia y las exposiciones especiales orientadas hacia la juventud.
