Tras una fase final de obras en aquel mes de diciembre de 1991 en la que llegaron a coincidir trescientos trabajadores y no se interrumpió la actividad ni de día, ni de noche, ni festivos, el Pabellón de la Navegación quedaría oficialmente terminado en lo que concernía a su obra civil y fue entregado a la Organizadora de la Expo el 27 de aquel mismo año, cuatro días antes del plazo fijado como límite para la terminación de las construcciones del recinto de la Muestra Universal de Sevilla.
El Pabellón, obra de Guillermo Vázquez Consuegra, tiene diez mil cuatrocientos metros cuadrados construidos y su diseño recuerda la imagen de una quilla de barco invertida, la cubierta, situada a casi veinte metros de alturas, está formada de láminas de madera.
El edificio ilustró durante la Expo’92 la importancia de los descubrimientos geográficos a través de la evolución que en diversas culturas ha sufrido las técnicas de la navegación.
En la fachada que da al río, apoyando sobre robustos pilares, se desarrolla una amplia plataforma que sirve de balcón-mirador al Guadalquivir. Apoyados sobre este balcón se alinean cinco lucernarios prismáticos de vidrio que iluminan el interior del pabellón.
Otro de los grandes atractivos de este pabellón sigue siendo su torre mirador, separada del resto del edificio, situada al final del pantalán que se adentra en el río, elemento vertical que sirve como contrapunto a las grandes superficies horizontales.
La torre se desdobla en dos piezas de distinta configuración formal: una sobre el pantalán, metálica y ligera, que adopta la geometría de un prisma recto de base triangular, que contiene las escaleras de descenso, y otra, de hormigón blanco, que en forma de quilla hunde sus cimientos en el río, conteniendo el sistema de rampas y ascensores. Su altura, en torno a los 60 metros, le confiere la condición de un privilegiado mirador sobre la ciudad.