El día nacional de Luxemburgo, pequeño país centroeuropeo, estuvo marcada por la presencia de sus Altezas Reales el Gran Duque Juan y la Gran Duquesa Josefina-Carlota.
El Pabellón de Luxemburgo en la Expo 92 se encontraba situado en la confluencia de la Avenida de Europa con el Paseo Oeste. Una estructura en forma de cubo, hecha de acero y cristal, de diecinueve metros de altura y desmontable conformaban uno de los pabellones más pequeños de la Exposición (unos mil metros cuadrados), como pequeño estado al que representa.
El espacio estaba dominado por una esfera armilar en movimiento, un video donde se explica la importancia de la industria siderúrgica y una cafetería donde podrían degustarse tapas típicas de la nación. Aunar tradición y modernidad había sido el propósito de los contenidos presentados por Luxemburgo.
El pabellón de Luxemburgo trató de mostrar un país a caballo entre el mundo latino y el germánico. Ofrecía un retrato de sus paisajes y de sus habitantes. El pabellón recordó su vocación europea, su tradición siderúrgica y su importancia en el ámbito audiovisual.
A la entrada sorprendía, además de unas luces difusas, una gran esfera armilar en rotación que desprendía una luz tenue y de color azulado. Esta esfera simbolizó el estado de Luxemburgo como lugar de confluencia de multitud de caminos y culturas.
La visita al pabellón comenzaba en la segunda planta, a la que se accedía mediante un ascensor transparente que permitía ver la gran esfera en toda su dimensión.
En la parte más alta estaba situada la cafetería, un lugar concebido como un escenario futurista. Las mesas y los taburetes, en forma de cono invertido, permitía tomar una copa al tiempo que se proyectaba un video. Las imágenes salían de las mesas mostraban paisajes luxemburgueses que fueron rodados desde un globo y que podía contemplarse como si se estuviera en las alturas.
Se iniciaba el descenso del pabellón a través de una rampa siguiendo una línea serpenteante de color verde fosforescente. El camino estaba salpicado de pequeñas luces que simulaban las estrellas. El resto, oscuridad tenebrosa, lo primero que se veía fue una representación de una iluminación de la antigua abadía de Echternach, contrastada con imágenes de la actualidad.
A la salida se encontraba la tienda, donde se podía adquirir, si lo deseaban, un juego de té o cualquier otra pieza de porcelana de la firma Villeroy et Boch y tener en casa la misma vajilla que algunos de los mejores restaurantes sevillanos.
La visita del pabellón tenía una duración de diez minutos, que se prolongaban a veinticinco minutos si se contaba el tiempo empleado en ver el contenido de los ordenadores.
El Gran Condado de Luxemburgo trató de ofrecer a su pabellón, a las puertas de una Europa sin fronteras, una idea clara de su cultura como país que había reunido los diferentes elementos de su identidad en el contacto con los extranjeros, en el Renacimiento español o la presencia austriaca, pero que tomaba su propia carta de naturaleza y jugo un papel importante en la configuración de la moderna Europa.
El viceprimer ministro de Luxemburgo destacó durante el día nacional de su país, que la exposición de Sevilla encarnaba la visión del mundo del año 2000, al reflejar la armonía, el dinamismo y la creatividad. El representante europeo resaltó que con su modesta contribución habían querido participar en esta aventura de la ciudad mundial que simbolizó la Expo’92.
El acto de honor comenzó con el encuentro en el Camino Real de los representantes, que fueron recibidos por el General Jefe de la Región Militar Sur, Juan Pérez Crusell ante los grandes Duques del Ducado, Jean y Josefina Charlotte que asistieron al izado de las respectivas banderas donde posteriormente la comitiva firmo en el Libro de Honor en el Pabellón Real.
Acto seguido, la comitiva se trasladó al Palenque, donde se realizaron las intervenciones del día nacional de Luxemburgo.