La Organización Nacional de Ciegos (Once) celebró aquella jornada su Día de Honor en la Expo 92, presidido por el presidente del Consejo General y del Patronado de la Fundación Once, José María Arroyo y el director general, Miguel Durán.
La Once había invertido dos mil millones de las antiguas pesetas en su pabellón, <<para derribar barreras>> y mostrar a miles de personas un mundo que necesitan descubrir: el de las minusvalías. Cerca de 3 millones de personas habían experimentado durante la Expo la sensación de ser como uno de los cuarenta mil afiliados a la Once, participando en múltiples <<simulacros>> para concienciar a cada visitante de la necesidad de integración y adaptación que tienen las personas minusválidas en la sociedad.
La Organización Nacional de Ciegos, empresa asociada a la Exposición Universal y con varias de sus filiales presentes en la Muestra, utilizó también su pabellón como centro de acogida e información para todos los minusválidos que llegaron a Sevilla. Entre las actividades del pabellón destacó la del Servicio de Atención a Personas con Minusvalías Físicas, Psíquicas o Sensoriales (Sapne).
Sapne distribuyó unas guías de accesibilidad con el lema <<Hacer un recinto accesible>>, donde se facilitaba un mapa de la Expo, indicando su mayor o menor grado de accesibilidad.
El pabellón de la Once se sitúa en el llamado Camino de las Acacias durante la Expo 92, junto a la Puerta Aljarafe, para facilitar la entrada de los minusválidos hasta el edificio, donde un servicio especial se ocupaba de que el recinto de la Expo no tuviera barreras para ellos.
El pabellón está construido enteramente en cristal, reforzados en su exterior con acero y mármol. Estos materiales otorgan al interior una gran transparencia, luminosidad y aislamiento térmico.
El edificio se levantó sobre una superficie de seis mil metros cuadrados, en la que no existe ni una barrera arquitectónica. Los arquitectos del pabellón, Sebastián Mateu y Gilbert Barbany, mantuvieron, según sus propias palabras, una constante preocupación por la accesibilidad del edificio y a todos los espacios contenidos en él.
Mateu y Barbany pensaron diferentes sistemas para facilitar los servicios; por ejemplo, que aparecieran mensajes escritos para las personas sordas; megafonía para los ciegos y líneas en el suelo para que los deficientes visuales siguieran el recorrido.
Ya dentro en el pabellón, una azafata da la bienvenida al visitante y le ofrece una pegatina con el logotipo del pabellón <<Un mundo sin barreras>> y con el número de visita que le toca.
El recorrido comenzaba por una vitrina donde se mostraba el desarrollo y la evolución del cupón, con objetos, su historia, anécdotas y documentos. En la vitrina se mostraba todos los acontecimientos que configuraban la historia del cupón de la Once: piezas, bombos, algún quiosco de venta, etc.
Los diferentes tipos de quioscos, donde se venden estos cupones, estaban presentados en forma de maquetas paras que los ciegos pudieran palparlas y sentir cómo es el sitio donde ellos entran cada día a trabajar y del cual sólo conocen una parte. La idea fue que los deficientes visuales pudieran tocar estas cabinas y otras treinta y seis maquetas que había en el pabellón, como la Catedral, la Torre del Oro, la Torre de Pisa, y el puente más famoso de Londres, de esta manera al tocarlas se imaginaban cómo eran en la realidad.
En el fondo del vestíbulo del pabellón se situó una emisora de radio donde algunos jóvenes con minusvalías estudiantes de Periodismo, realizaban prácticas. El locutorio fue totalmente transparente para que los visitantes contemplen cómo personas con minusvalías podían trabajar en este medio. <<La burbuja de radio tenía dos objetivos principales: rendir homenaje a la radiodifusión española por ser la primera fuente de información para nosotros y demostrar que las personas minusválidas pueden trabajar perfectamente en este medio de comunicación>>.
Otra de las principales atracciones del pabellón fue el coche oficial para los Juegos Olímpicos, con los últimos avances ideados para facilitar la adaptación de personas con minusvalías. Una azafata mostraba a los visitantes cómo pulsando un botón se despliega la silla de ruedas y cómo pulsando otro se plegaba y guardaba sola.
El acelerador en el volante y el embrague automático facilitaban la conducción a cualquier persona con minusvalía.
El mundo de las sensaciones fue otro apartado en el que el visitante podía participar y ver cómo andan sus sentidos. Una serie de experiencias que permitían a cualquier persona –con o sin incapacidad física- participar en ellas. Los elementos propuestos fueron <<Texturas naturales>>, <<Juego de Memoria>> y << ¿A qué huele? >> o << ¿Sabes dónde estás? >>.
<<Un mundo sin barreras>> fue el reto que afrontó la Once a la hora de participar en la Expo 92. Con este lema demostró y sensibilizó al mundo de que los minusválidos también tienen un lugar positivo y necesario en la sociedad.
Uno de los espacios con más éxito del pabellón fue el que mostraba de manera caricaturesca las dificultades que los minusválidos encontraban cuando salían a la calle.
Cientos de visitantes participaban cada día en la Muestra Universal de este juego, popularmente conocido como el <<Juego de Mortadelo y Filemón>>. Una azafata entregaba a cada visitante unas gafas con las que no se veía nada y un bastón para guiarse durante su paseo urbano. Los visitantes aprendían jugando, y cuando finalizaban el recorrido, solían coincidir que todos tenemos que hacer las cosas con sentido común y evitar incrementar las barreras que impiden a muchos moverse con facilidad.