Más de 50.000 metros cuadrados de estructuras metálicas estaban siendo instaladas en aquel final de mes de Marzo de 1990 en la Isla de la Cartuja de Sevilla para que a lo largo de los próximos meses crecieran sobre ellas enredaderas hasta tupirlas por completo.
Cuando finalizaron este proceso se trasladaron a las grandes avenidas del recinto de la Exposición Universal, donde, a modo de pérgolas, aportaron sombra y frescor además de llenar el recinto de un nuevo elemento decorativo.
Este ambicioso proyecto de ajardinamiento, relacionado con las actuaciones generales de bioclimatización de la Exposición, cobraba especial interés por ser la primera vez que se acomete una operación de tales dimensiones en cualquier parte del mundo.
La primera fase, que comenzó aquella jornada se centró en el montaje y acondicionamiento de las pérgolas con estructuras metálicas modulares diseñadas especialmente para su utilización en los planes de forestación de Expo 92. Se trataba de módulos de 12 por 6 y de 6 por 6 metros de largo, todos ellos con una altura superior al metro, que permitiría diferentes posibilidades de ensamblaje y adaptación a los espacios abiertos del recinto.
Estas estructuras metálicas se estaban colocando en la conocida banqueta de la Expo, espacio lindante con el recinto de la Isla de la Cartuja y el nuevo cauce del Guadalquivir, que se destinó posteriormente a aparcamientos durante la celebración de la Muestra Universal. Ocuparon una superficie de casi un kilómetro y medio de largo por cien metros de ancho, en la que se colocaron sobre unos soportes que los elevaron unos 80 centímetros sobre el suelo.
Ya en semanas posteriores en aquel 1990 se instalaron en cada módulo jardineras de 300 litros por metro de capacidad, sobre las que habría que crecer las enredaderas que compondrían la cubierta vegetal.
Algunos datos numéricos pueden dar una idea aproximada de la magnitud de este proyecto. Las jardineras que se utilizaron ocuparían, puestas en fila, una extensión superior a 15 kilómetros. En ellas se emplearon 4.000 metros cúbicos de sustratos que llegaron al recinto de la Exposición en 50.000 sacos paletizados.
A lo largo de la primavera de aquel año se replantaron en las jardineras un total de 35.000 unidades de enredaderas que se encontraban en fase de desarrollo en los viveros de la Expo.
Las especies que se emplearon fueron entre otras, madreselva, yedra y buganvilla, caracterizadas todas ellas por su rápido crecimiento, capacidad y resistencia y aporte de sombra.
Mediante sistemas de riego y fertilización informatizados las enredaderas se fueron desarrollando hasta tupir completamente las estructuras metálicas. Un equipo de mantenimiento dirigido por personal especializado se encargó de orientar el crecimiento de las plantas para que cumplieran el cometido deseado.
Cada planta permaneció en los módulos instalados en la banqueta un mínimo de nueve meses. De este modo, la Organizadora de la Exposición dispuso de sombra vegetal suficiente desarrollada para trasladarla a su ubicación definitiva en el recinto a medida que fue acondicionándose los espacios del recinto durante las obras.
La mayor parte de estas estructuras se destinaron a las cincos grandes avenidas de la Expo y otros espacios exteriores en los que se montaron a diferentes alturas entre los cuatro y los doce metros sobre el suelo.
Una vez instaladas durante los seis meses de la Muestra cumplieron la función de estética y climática proyectada, contribuyendo a la suavización de la temperatura y humidificación del ambiente en lugares que recorrieron miles de personas diariamente.