Como si de magia se tratase, las llamas se adentraron en la Noche de San Juan en la Isla de la Cartuja, las llamas sirvieron para avivar el ánimo de las casi doscientas mil personas que se acercaron hasta la Expo en la madrugada del 23 al 24 de Junio de 1992, con la intención de brincar junto a los carismáticos y legendarios demonios de Joan Font.
Aquella noche fue un momento distinto, ninguno de los asistentes esperaban que aquel inaudito despliegue de fantasías estuviese tan bien organizado, además aquella noche de San Juan para complementar todo el espectáculo, Puerto Rico se convirtió en el primer participante que colaboró al cien por cien en el montaje del programa, incluyendo salsa, ritmo y cabalgata, en la noche del solsticio del famoso verano del 92.
Sevilla, poco acostumbrada a celebrar la noche de San Juan, no se imaginó en aquel 1992 que su vecina Isla de la Cartuja, iba ser testigo de un enigmático viaje hacia el infierno. El punto de encuentro, la plaza del Auditorio de la Muestra; el final de la locura mágica, el Lago de España. Eso sí, los autores de este magno espectáculo supieron enmarcar de maravilla el escenario de su obra, el recinto de la nueva isla hispalense.
Además Joan Font se encontró con unos viajantes de excepción, todos los sevillanos, que encantados y alucinados se sumaron a una noche de risas, llantos, miedos y carreras a la toma de la Cartuja.
Grandes llamas de humo de colores sirvieron de banderín de salida a la Noche de San Juan. Desde mucho antes de las dos de la madrugada, hora en la que se anunció el comienzo del espectáculo de <<Els Comediants>> el público se congregó en la Plaza del Auditorio y fue justamente a las dos y cuarto de la mañana cuando, por arte de magia, el Auditorio se transformó en las puertas del infierno.
Un infierno que dio paso a lo que sería la aventura más loca que trajo la Expo-Noche.
Atónitos y deslumbrados los sevillanos que asistieron aquella noche no daban créditos a sus ojos, los espíritus del mal se deslizaban estrepitosamente por las paredes del edificio de mármol, por si fuera poco el espectáculo, las brujas y los ángeles silbaban a la vez alrededor de los asistentes, que confundidos, nerviosos y asustados corrían de un lado para otro sintiéndose como almas que llevan los diablos.
Grandes dragones de colores oscuros desprendían fuego por la boca, enormes muñecos interpretando escenas escabrosas se acercaban a la multitud, y mientras que el recorrido de la cabalgata iba suscitando miedo y carreras, el Lago de España se empañaba de pólvora y humo, consecuencia de la plena inmersión en el infierno. A su vez, la terraza del pabellón de España sirvió de plataforma para los ángeles, que anunciaron con banderas blancas ondeadas al viento la llegada de una época mejor.