Hoy vamos a recordar uno de los desafíos más importantes en la historia de la compañía eléctrica Sevillana de Electricidad por su relevancia mundial y que se materializó con grandes obras de infraestructuras que se construía durante aquellos años para suministrar energía eléctrica a la Exposición Universal de 1992.
Todo empezó en enero de 1988, cuando la Sociedad Estatal para la Exposición Universal Sevilla 92, solicitó a Sevillana de Electricidad un estudio sobre las alternativas de suministro eléctrico al recinto de la Expo en la Isla de la Cartuja.
La Compañía Sevillana de Electricidad, S.A. invirtió más de nueve mil millones de pesetas para ampliar el abastecimiento de energía a Sevilla y Expo 92, por medio de la puesta en funcionamiento de nuevas subestaciones periféricas creando un círculo que permitió atender eficazmente el fuerte crecimiento de la demanda y las nuevas peticiones de suministro que se estaban registrando en Sevilla, impulsada por el gran motor que fue la Expo, y que crearon una cadena de fuertes subidas en el sector urbano, servicios, construcción, etcétera. Sevillana quería afrontar así el reto del 92 para garantizar el abastecimiento de energía en el futuro y mejorar a su vez la calidad del servicio para todos los sevillanos y los visitantes a la Muestra Universal.
Sevillana, consciente desde el primer momento de la trascendencia de este proyecto encargó a un grupo de trabajo integrado por los ingenieros Rafael Lorente, Miguel Angel Moreno y Alfredo Chofré la realización de un estudio de planificación que definiera los criterios de alimentación, de fiabilidad, las posibles soluciones y las inversiones necesarias para llevarlas a cabo.
Para el análisis de la fiabilidad se diseñó un programa de ordenador con un modelo matemático altamente sofisticado que simulaba el comportamiento de las instalaciones eléctricas de la Expo un gran número de veces, cada una de ellas con una situación de fallo distinta para cada uno de los elementos principales que componen la subestación: barras, interruptores, seccionadores, transformadores y líneas de alimentación, definidas por dos números: la probabilidad de que fallen y su capacidad de transporte de potencia.
Para cada una del millón de situaciones, y en función de cómo quede la red de las subestaciones, una vez eliminados los elementos fallados, se realizaba un reparto de cargas y, por programación lineal, se veía la máxima potencia que se podía suministrar en barras de media tensión sin sobrecargar ningún elemento.
También se puso en aquellos años durante la construcción del recinto de la Expo 92 una especial atención en el diseño para que el carácter eminentemente tecnológico de las instalaciones no interfirieran en el carácter general de las edificaciones de la Expo y que su impacto en el medio fuera mínimo.
La subestación Centenario, la obra más emblemática de las construcciones realizadas por Sevillana para la Expo, constituía la alimentación principal a todo el recinto y tiene un alto índice de fiabilidad y una capacidad suficiente para abastecer de energía eléctrica a toda la Isla de la Cartuja.
La alimentación de la planta, en la que se invirtieron 1.400 millones de pesetas proviene de las subestaciones Santiponce y Guillena que, a su vez, están interconectadas con el Sistema Nacional de 400 Kilovoltios.
El efecto multiplicador que estaba causando en el área metropolitana la Exposición Universal hizo necesario acometer un plan de desarrollo de las instalaciones eléctricas no sólo en el Recinto de la Expo sino en Sevilla y sus alrededores, fue lo que se llamó el denominado <<Plan Sevilla>>.
Para completar la infraestructura eléctrica de la Isla de la Cartuja, se construyó, además, catorce circuitos subterráneos de 20 Kv, treinta y un centros de transformación en espacios públicos y ciento cincuenta centros de transformación en pabellones y servicios, todo complementado por la segunda subestación de la Isla de la Cartuja que fue la Subestación Alamillo, que junto con la de Centenario suministra energía eléctrica al recinto de la Isla de la Cartuja.
Fueron cuatro años de grandes obras en los que se aplicaron los últimos avances tecnológicos, cumpliéndose todos los plazos de ejecución y de inversión conforme a las previsiones establecidas.