Aquel 1992 fue la primera vez que Puerto Rico participó con pabellón propio independiente en un evento de tal magnitud y aprovechó su presencia en Sevilla para establecer contactos con el mundo industrial y comercial del Mercado Común Europeo. La antigua Borinquen, como se conocía a la isla en las voces antiguas, la descubrió Colón en 1493.
La Compañía de Fomento Económico de Puerto Rico otorgó mil trescientos ochenta millones de las antiguas pesetas en contratos a quince compañías de Puerto Rico, Reino Unido, EE.UU y España para las obras relacionadas a la construcción y operación del Pabellón de Puerto Rico. La mayor parte se había destinado a diseño, decoración y construcción de la estructura.
Fue el propio gobernador Hernández Colón quien señaló durante una cena con la Junta de Andalucía en la casa de España de la capital portorriqueña, que el pabellón de Puerto Rico permanecería en Sevilla tras la clausura de la Muestra Universal.
El pabellón de Puerto Rico se sitúa en la antigua Avenida 1, junto a los pabellones de México y Corea, tres de los pabellones legados de la Muestra Universal. El de Puerto Rico se construyó en una parcela de dos mil quinientos metros cuadrados, un edificio de diseño vanguardista, obra de los arquitectos Sierra, Cardona y Ferrer.
Tres estructuras conformaron el conjunto: una edificación triangular recubierta de piedra, que evocaba las paredes y cortinas de la época colonial; una pérgola de mármol blanco compuesta de terrazas, escaleras y balcones, entrelazada el conjunto.
El campo abierto que provee la pérgola simbolizaba la salida del pueblo puertorriqueño del confinamiento de su insularismo para entrar en el intercambio que mantienen con otros pueblos.
El tercer módulo consiste en un cilindro con láminas de cobre y cristal, que simbolizaba el presente y la tecnología de Puerto Rico. Este cilindro estaba rodeado de agua, como homenaje al mar Caribe y el Océano Atlántico que baña la isla. Este espacio conformaba lo que todos denominarían <<la playa>> del pabellón, donde cada noche un grupo puertorriqueño animaba la estancia de los visitantes.
En la entrada del edificio se expuso una escultura del artista puertorriqueño Pablo Rubio denominada <<Cristales de la paz>>. El concepto básico en el cual estaba inspirada esta obra es el encuentro de dos tiempos, tecnología, progreso, coraje, cultura y un pueblo.
El recorrido comenzaba por la planta baja en cuyo lado izquierdo estaba una escultura de Jaime Suarez denominada <<Topografía interior>>. El visitante subía por las escaleras a la segunda planta que albergaba una exposición permanente del pasado, el presente y el futuro de Puerto Rico. Antes de llegar a esta planta podían contemplar la escultura <<La isla recreada>> de Susana Espinosa.
El recorrido continuaba en la segunda planta con una exposición alegórica, que compaginaba fotografías y objetos relacionados con las distintas épocas, desde la década de los cuarenta hasta aquel 1992 o incluso pensando en proyectos futuros como ser sede de unos Juegos Olímpicos.
Después los visitantes continuaban en otra sala con pantalla abovedada de ciento sesenta grados, con capacidad para doscientos veinte espectadores que disfrutaron de la película de quince minutos en formato de setenta milímetros. Una proyección sobre el quehacer diario, la cultura, el desarrollo tecnológico y un Puerto Rico variado y vivo.
El visitante podía obtener diversos artículos en la tienda del pabellón: desde el famoso ron, hasta café, libros de cocina criolla, zumos acompañados de crema de coco para la piña colada y algunos artículos de joyería.
De esta manera Puerto Rico celebró aquel 23 de Junio de 1992 su Día Nacional en el recinto, en medio de un ambiente festivo.
Nada más poner el primer pie en la Isla de la Cartuja, los visitantes se encontraban con puertorriqueños que repartían banderitas de su país en papeles de colores, paypays, folletos publicitarios, y tarjetas con un número, que si se echaba en el buzón del pabellón te podía tocar un viaje a Puerto Rico.
El escenario del Palenque estaba repleto de músicos uniformados de blanco desde los zapatos a las gorras. Eran, en total, ciento cincuenta los integrantes de la Banda Congregación Mita. La canción que tocaban aquel día de honor, <<Soy Boricua de sangre y corazón>>, provocó el entusiasmo de unas gradas repletas de entusiasmados <<boricuas>> que agitaban sus banderitas a la vez que silbaban y gritaban.