Austria fue el primer país que presentó en primer lugar todos los documentos necesarios para asistir a la Exposición Universal de Sevilla. El país austriaco celebró su Día Nacional en la Isla de la Cartuja con una representación de más de cien dignatarios, encabezados por su presidente federal, Thomas Klestil.
Bajo el lema <<Austria, un impulso vivo en Europa>>, el país de las tradiciones clásicas había presentado en la Muestra un pabellón vanguardista donde el medio ambiente y la tecnología fueron los protagonistas. La cuna de los clásicos apareció en la Exposición Universal como un acomodado lugar donde hacer turismo y beneficiarse de las condiciones de vida que brindan los tiempos modernos, siempre vigilados por la ecología.
El arquitecto Rainer Verbizh y el diseñador Volker Giencke, trasladaron esta idea a un escenario de paisajes naturales, artísticos y acústicos. Una gran cubierta de cristal, que arrancaba del suelo, permitió aprovechar todas las horas del sol son sufrir las incidencias directas de los rayos solares. Una estructura de rejillas de aluminio evitaba que este molesto fenómeno se produjese. La techumbre transparente vinculaba en todo momento al visitante al resto del recinto, que se vislumbraba a través de las dos grandes planchas acristaladas.
La ausencia de muros y tabiques hicieron que los contenidos se introdujese como los elementos que los complementan: rocas, vegetación y agua. Sobre la cubierta inclinada fluía una pantalla de agua que alimentaba los estanques interiores del pabellón.
La idea del proyecto fue de crear un paisaje dentro del paisaje que supuso la Cartuja, conseguida con la visión exterior y el juego de luces naturales y artificiales. Sin duda fue una construcción que se alejaba en lo posible de la dureza arquitectónica de los sólidos armazones, toda una apuesta por la técnica disfrazada de medio natural.
La entrada al pabellón tenía dos reclamos importantes que anunciaban en cierto modo que es lo que podían encontrarse en su interior. Unos mástiles sin banderas de un material flexible emitían diferentes sonidos al ser balanceados. Con una leve vibración podían oírse desde exaltadas voces de ópera hasta sollozos de un niño.
También instalaron en la puerta de acceso otro de los símbolos más recordados de este pabellón, la pesada piedra de granito que podía moverse con tan sólo un dedo, siempre que los chorros de presión de agua sobre los que se apoyaba estuvieran en funcionamiento.
Esta pieza fue regalada por una compañía de casinos a la ciudad de Viena, lugar en el que se ubicó tras la finalización de la Expo.
A pesar de que Austria no fue en aquellos años un país líder en la industria del robot, estaba a la cabeza en nuevas tecnologías y aparecía como proveedor a nivel internacional. Una vez más, no querían caer en la exhibición aséptica y deshumanizada, por lo que habían ideado un robot muy peculiar.
Consistía en un brazo rodeado de zócalos transparentes que contenían objetos varios del país, los cuales fueron elevados a ritmo de vals. La pieza de robótica los iba mostrando con un ritmo oscilante y sutil al son de la música, devolviéndolos a su sitio de manera ordenada. Entre las cosas que enseñó había objetos tan curiosos como tornillos de un parco o un Porsche.
En realidad fue una secuencia ordenada, donde el robot iba presentando once de los más modernos productos de la industria tecnológica austriaca. Además, unos monitores ofrecían imágenes detalladas sobre la aplicación de esta ciencia y el proceso de fabricación.
Las relaciones entre España y Austria también estuvieron presentes a través de los pasajes históricos del imperio de los Habsburgo. La consigna del emperador Maximiliano, <<Tú, Austria dichosa, contrae matrimonio>> hizo que el país se rigiera siempre por una estricta política matrimonial.
En 1496, casó a su hijo Felipe, apodado <<el Hermoso>>, con la hija de los Reyes Católicos, Juana de Castilla. Estas nupcias fueron la primera piedra del reinado de más de doscientos años de la Casa de Austria en España.
Esta vinculación no fue olvidada en el acontecimiento del 92, y tuvo sus primeros frutos en una doble exposición Toledo-Insbruck durante 1992.
Pero lo que más recordaran los niños de la época y los mayores que pudieron entrar en este pabellón, fue la oportunidad de comprobar la sensación de deslizarse por la nieve. Con el simulador de esquí, se puso al visitante en una situación visual en la que se podía realizar esta actividad deportiva con imagen y sonido sin moverse del pabellón.
El visitante se colocaba en el simulador dentro de una figura de grandes dimensiones que representaba a un esquiador en la postura de descenso. Esta figura hueca se cerraba para aislar en lo posible al esquiador.