Aquella jornada fue recordada por la llegada del gran Buda de doce metros al recinto de la Expo 92 para presidir la fachada principal del Pabellón de Sri Lanka. Esta imagen budista fue el símbolo de la religión del país antes conocido como Ceilán y que se pudo admirar durante los seis meses de la Exposición Universal de 1992.
El Buda de Sri-Lanka simboliza la cultura y civilización de esta nación y que fueron los principales objetivos que este país quiso destacar en sus contenidos haciendo hincapié a otras facetas históricas como su primordial importancia en la ruta de las especias y su conexión con el descubrimiento, pues a fin de cuentas Colón lo que buscaba era una nueva ruta de las especias. Así pues, Ceilán-Sri Lanka nos trajo a Sevilla a Buda, su cultura y su filosofía, pero también sus especias, que los sevillanos y demás pudieron saborear en un restaurante y salón de té que complementaron en su pabellón.
El Pabellón de Sri-Lanka ofreció la oportunidad de contemplar la exposición de una gloriosa civilización con una documentada historia de un periodo de más de 2.500 años, una belleza natural de verdes bosques mezclado con el color dorado de sus playas, sus auténticas piedras preciosas, las plantaciones del mejor té del mundo, su artesanía tradicional y un restaurante que dio a probar la deliciosa comida de Sri-Lanka con diferente especias orientales.
Pero sin duda el visitante recordará siempre este pabellón por haber quedado impresionado de la magnífica estatua, que desde aquella jornada de Marzo de 1992 se instaló en la entrada principal del pabellón, una réplica colosal de un Buda de Aukana, de doce metros de altura, que fue esculpido en roca monolítica durante el reinado del rey Dhatusena, en el siglo V antes de Cristo.
Dicho Buda se instaló sobre un pedestal, dentro de la fuente de los deseos, donde con el mero hecho de tirar una moneda nuestros deseos se cumplirían y se harían realidad, como es la costumbre entre los habitantes de Sri-Lanka. La Luna y el Sol, a ambos lados del Buda o dios de la Iluminación y el tradicional techo dorado encima de éstos, simbolizaban también en la entrada del pabellón la eternidad.
