Al este la Cartuja, como un reducto intimista en un mar de alta tecnología y monumental arquitectura, en el Jardín del Guadalquivir, se erigió la obra del escultor alemán Stephan Balkenhol, ejemplo de las más vanguardistas y simplicistas tendencias artísticas que se presentaron en la Exposición Universal de Sevilla.
De un monumento al hombre, el universo o la humanidad en la era de los Descubrimientos, puede esperarse algo así como un amasijo de formas poliédricas, un amorfo y macizo homenaje de piedra o una lúdica composición de círculos colgantes, en el más puro estilo calderiano. Todo menos el descarado simplicísimo de una figura humana, carente de complicadas pretensiones: los ojos de azul y los labios de rojo.
Así se describía la obra que formaba parte de la etapa de primeros de los años 90 de este escultor alemán.
La obra de Balkenhol sintetizaba las tendencias del arte minimalista y realista, la escultura con la que el artista participó en el programa <<Arte Actual en los Espacios públicos>> en el recinto de la Expo recordaba ingenuidad y soltura de las forma de los belenes de escolares.
Su perfección radicaba en su simplicidad. Enmarcado en una pequeña plaza del Jardín del Guadalquivir y ocupando el lugar de un árbol imaginario en un conjunto de seis, que lo flanqueaban y resguardaba del resto del paisaje, la obra de Balkenhol que en el momento de su presentación no tenia nombre, se erigía sobre un pedestal cilíndrico de madera india resistente al agua y que representaba la figura de un hombre tallada en madera.
La composición que entre árboles y escultura configuraban el espacio que respondía a un intento de disponer un oasis de formas y definiciones, en el gran desierto atiborrado y denso de edificaciones que constituye la Isla de la Cartuja, aseguraba el artista Balkenhol.
Según el escultor, el recinto de la Expo demandaba este espacio. Esta necesidad es la única justificación posible a su emplazamiento. La disposición de naturaleza viva y muerta en armonía no respondía a ninguna pretensión trascendentalista.
Su obra destilaba la sencillez y la virginidad de la ausencia de pasado, como si el arte acabara de ser creado, como si todo estuviera por hacer en escultura. Un estudiado regreso al origen.
En su tratamiento, el elemento básico es la elección de la madera como único soporte de creación; un material que le obligaba a trabajar con espontaneidad y frescura, huyendo siempre de los materiales inorgánicos como el bronce o la piedra. Para conseguir una impresión del más característico estilo naif.
En total, 2,40 metros de altura por 0.5 metros de ancho de madera constituía la aportación de este artista de la ciudad alemana de Fritzlar al programa de arte actual de la Cartuja.