Fue casi igual que el de la película «Casablanca» pero en Sevilla despegaba de día, sin niebla y en el technicolor veraniego de la ciudad de la Exposición Universal.
Con catorce mil pesetas por todo salvo conducto bastaba para no quedarse en tierra a lo Bogart, aunque los vuelos de este avión no fueron de huida sino de paseo a vista de pájaro por la ciudad y la Cartuja.
Los alemanes de la Lufthansa no fueron esta vez fuerzas de ocupación sino amigos que ofrecieron parte de su historia como un atractivo más de la Sevilla de la Expo. Un viaje de media hora aproximadamente con un clima festivo y lleno de simpatía de la tripulación.
Cuatro veces al día despegaba del aeropuerto de San Pablo de Sevilla, para recorrer durante treinta minutos Sevilla, sus alrededores y la Exposición Universal, uno de los seis aviones «Junkers» supervivientes de la II Guerra Mundial.
Aunque había sido minuciosamente restaurado durante meses y dotado de los más modernos instrumentos de navegación aérea, por fuera conservaba intacta su apariencia original, que provocaba no pocos recelos en algunos’ viajeros temerosos de encontrarse ante un aparato de seguridad más que precaria. La impresión comenzaba a desaparecer en cuanto se sube al avión y se ocupaba una de sus dieciséis plazas, se oían los primeros saludos informales por la megafonía interior y empezaban a rugir los tres motores de la «Tía Ju», denominación cariñosa de un aparato que ha conseguido eludir la jubilación forzosa a pesar de sus cincuenta y seis años que tenía en aquel 1992.
Durante 21 días fue posible incorporarse a uno de estos vuelos, cuyos pasajes, podían reservarse en las oficinas de Lufthansa del aeropuerto o en agencias de viaje, costaban catorce mil de las antiguas pesetas.
Los dos vuelos de la mañana salían a las nueve y media y a las once menos cuarto; los de la tarde, a las seis y a las siete y cuarto. Durante los recorridos, la tripulación -cinco personas en amigable contacto con los ocupantes-permitían al reducido grupo de pasajeros asomarse, de uno en uno, a la pequeña cabina del avión, en la que llamaba la atención los antiguos mandos en forma de volante y hechos de madera.
Los pasajeros dedicaban los treinta minutos del viaje tanto a contemplar Sevilla desde ángulos para la mayoría inéditos como a disfrutar del «clima» interior del avión como si se estuviera dentro de una película de los cuarenta. El «Junkers Ju 52» estaba en España desde el 28 de junio de aquel 1992, en una gira que duró poco más de un mes hasta el 5 de agosto.