El aluminio, tan abundante en tierras venezolanas, fue el material que se había usado para construir el pabellón. Como curiosidad solo trece horas fue el tiempo que se tardó en levantar el edificio usando una grúa de ciento veinte toneladas. Todo un record, no exento, sin embargo, de complicación.
La estructura metálica plegable, con un peso de diez toneladas, la más grande del mundo instalada de una sola vez, fue trasladada hasta Cádiz en barco y de ahí por carretera hasta Sevilla.
La estructura del Pabellón de Venezuela estaba formada por cerchas conectadas entre sí por bisagras que incorporaban un sistema de panales ligeros, diseñados para aportar el acondicionamiento acústico y el aislamiento térmico.
Su espectacular <<Plaza de la realidad virtual>>, situada en el exterior del edificio y diseñada por el artista venezolano Carlos Cruz Díez, fue un alarde en arte cromático. En ella treinta y seis mástiles, de diecinueve metros de altura, colocados a modo de palmeras, sostenían velámenes de color azul cobalto, verde cromo, rojo y gris, creando un juego de efectos ópticos, al mismo tiempo que proporcionaban sombra.
El suelo de la plaza, compuesto por franjas de color verde, azul y rojo y superpuesto por líneas negras, formaba una suave curvatura ascendente por la que se accedía al edificio. Fue, precisamente, allí donde se producía el fenómeno de <<inducción cromática>> a doble frecuencia, ya que el visitante percibía gamas de colores que no existían en realidad en el piso de la plaza.
Los colores se generaban y modificaban dependiendo del ángulo de visión, de la intensidad de la luz ambiente y de la distancia a la que se desplazaba el visitante. El artista había querido demostrar con ello que el color era una realidad mutante que no precisaba de una situación fija.
Dejando atrás el primer juego de colores, el visitante atravesaba el paso cromosaturado, donde se veía inmerso en una nueva experiencia cromática. Este paso comunicaba con la sala de espera en la que se emitían ocho documentales cortos sobre Venezuela. Los contrastes de colores acompañaban al público hasta la oscuridad de la sala de proyección.
La Bahía de Güiria, donde tocó tierra Cristóbal Colón en su tercer viaje, el 3 de agosto de 1498, fue el arranque de la película documental, realizada con una cámara en formato 70 milímetros, que el pabellón de Venezuela proyectó en una pantalla gigante de veinte metros por quince metros.
Tras la proyección, se bajaba a la planta inferior donde se mostraba una selección de libros venezolanos de diversidad temática: fauna, flora, artesanía, geografía, etc; y una exposición de fotografías sobre la naturaleza de Venezuela.
En esta sala se podía admirar la otra gran obra cinética del pabellón: <<El cubo de nylon>> del artista venezolano Jesús Soto. Dos mil seiscientos hilos de nylon pintados en rojo y negro con intervalos de blanco que formaron en la zona central de la obra un cuadrado perfecto dependiendo del ángulo de visión del visitante.
Venezuela optó por el espacio abierto para exponer tres esculturas del artista Cornelis Zitman. <<Caribeña>>, <<Mujer en hamaca>> y <<Niño con perrita>> que representaban el mestizaje que caracteriza al pueblo venezolano.